martes, 8 de julio de 2008

La ley y el mamey

Para mis enemigos la ley, para mis amigos la ley. Tal parece ser la regla de juego que regula las relaciones entre el ciudadano y el Estado. Lo insólito es que los hombres se acostumbran con una desconcertante facilidad en considerar normal que el orden natural de las cosas sea gobernado por lo absurdo. La ancestral sabiduría del sentido común ha dejado de ser el cimiento de lo razonable. Es asombroso constatar la pasividad de la gente ante lo arbitrario. La normatividad se hunde en la tierra movediza de lo anormal. No se trata de indiferencia ni de aceptación del miserabilismo material y espiritual. A fuerza de vivir bajo el signo de la penuria se ha desarrollado un halto grado de capacidad de resistencia ante la adversidad; razón por la cual, el hombre común y corriente se adapta y adopta la ley de la sobre vivencia como su leiv motif. Esto explicaría porque se contenta de tan poco. Su conformismo le permite amoldarse a un terrible condicionamiento que lo despoja de su juicio y de su libertad.De una manera preocupante se desresponsabilisa de su obligación de participar activa, directa o indirectamente en la toma y ejecución de las decisiones de la rex publica. Entonces, el derecho y la libertad conferidas por la voluntad de la razón son coactados y avasallados por el voraz apetito de una minoría. Esta dicta e impone la ley del más fuerte. Nada ni nadie puede ni debe interponerse ante el poder establecido. La razón de Estado se encargará de someter a aquellos que osan rebelarse a la autoridad totalisante. Para ello, la maquinaria estatal dispone de dispositivos persuasivos y disuasivos para inspirar temor y respeto. La omnipotencia de su presencia se hace en cualquier momento y en todo lugar.Los indefensos y los desarmados no hacen más que lamentarse ante la desgracia y la tragedia que los aplasta tal una aplanadora. Una de las principales carcterísticas de la ley opresora es el fenómeno del horror y de la corrupción generalizados. La resultante es una contaminación material y moral de la sociedad y del Estado. Lo que equivale a decir, la destrucción de los valores y del Cuerpo Social. Ante el ocaso de la ley, su espacio es ocupado por la política del mamey. A partir de allí, todo se compra. E incluso, la conciencia se vende por un desdichado plato de lentejas. El derrumbamiento del sistema de la ley precede a la instalación del estado anárquico donde impera el desorden, la violencia, el caos y la desolación. En tierra de nadie, la vida no vale nada. Solo los "vivos" tienen derecho a la posesión y al deleite de la existencia. Los otros, ils sont tout juste bons à être jetés en pâture aux chiens.No hay nada que hacer. Aparentemente, la vida siempre fue así. Además, no hay razón para que esto cambie. Eso es justamente lo que se dice o se repite el hombre de la calle. Sin embrago, se sabe que mientras no se procede a operar las transformaciones estructurales que tanto necesita el país, este estado de cosas perdurará tanto como se pueda soportar el hambre y la miseria. Pero cuando estas calamidades alcanzan proporciones alarmantes reflejados por grados insospechables de oprobio e indignidad, a tal punto que la vida pierde su sentido profundo y substancial, en términos de valor supremo de la existencia, entonces, se produce en el hombre la imperiosa e indomptable necesidad de entrar en rebelión a través de la desobediencia cívica. A sus ojos, la ley deja de ser el marco y sostén del ordenamiento jurídico-constitucional para convertirse en una vulgar parodia sirviendo de pretexto y justificación al dominio de unos cuantos sobre la mayoría. En nombre de esta leyecilla o simulacro de ley se cometn los peores agravios y atropellos en contra de las instituciones y de la ciudadanía. Ante tanta injusticia, el hombre de bien esta dispuesto a luchar hasta morir si es necesario afín de recuperar y restablecer su dignidad relevante a su condición humana, que no es otra cosa que ser consientes del valor inestimable de la vida.En este mundo donde reina la confusión y el caos no se tiene derecho a claudicar. Mientras existan hombres de bien, la antigua torcha de la Verdad y de la Justicia deben alumbrar hasta en las más tenebroso rincón del valle de lágrimas.
MeropeParis/11.11.99

No hay comentarios: